viernes, 2 de marzo de 2018
AHORA Y SIEMPRE, QUINI, AHORA Y SIEMPRE
Me quedé conmocionado, ¿sabes? No era sólo mi colega, era el colega de todo el mundo.
Con estas palabras rememoraba Keith Richards el momento en el que conoció la noticia de la muerte de John Lennon; seguro que muchos sintieron lo mismo el pasado martes cuando se enteraron del repentino fallecimiento de Enrique Castro, Quini. Al menos a mí me sucedió.
Yo, por edad, no pude ver en directo al mejor Quini, el de su primera época del Sporting. Cuando se fue traspasado al Barcelona yo apenas contaba con tres años y, cuando volvió, una generación de jóvenes, procedentes en su mayoría de la Escuela de Mareo, se habían convertido en los nuevos héroes de los jóvenes sportinguistas; en mi caso era Eloy Olaya, en otros estaba el gran Juan Carlos Ablanedo, el hombre que consiguió que los niños gijoneses quisieran jugar de porteros en los recreos del colegio, simplemente por emular sus antológicas paradas, también estaban Esteban, Tati, Zurdi, Jaime, Mino, etc. Sin embargo, igual que padres y sacerdotes en la antigua Grecia advertían que si eras un guerrero podías llevar la imagen de Ares en tu escudo al ir a la guerra, grabar en tu barca a Poseidón al hacerte a la mar o invocar a Dioniso al entregarte a los placeres del vino, pero nunca debías olvidar que Zeus estaba por encima de todos ellos y era quien reinaba en el Olimpo, así nos recordaban nuestros mayores y los cronistas de sus hazañas que Quini era la deidad absoluta del Sporting, la gran leyenda rojiblanca y así debía ser considerado por todos (y mi generación, a su vez, lo transmitió a las siguientes). La gran diferencia residía en que, mientras Zeus bajaba al llano y se mezclaba con los humanos sólo para dar rienda suelta a su caprichos más lúbricos, Quini no necesitaba bajar a ningún sitio porque sus pies sólo se despegaban del suelo cuando buscaban un balón que alojar dentro de la portería. Quini conocía y muchas veces compartía la realidad de los jubilados que apuraban sus horas en los bares, de los matrimonios trabajadores, ya fuera en casa o fuera de ella, que ponían todo su esfuerzo en sacar sus hogares adelante, de los jóvenes que buscaban su lugar en un futuro incierto y de los niños que se pelaban las rodillas en las plazas y parques soñando con ser delanteros del Sporting y la selección. Por eso era tan importante, porque sus goles, cual canciones de Bruce Springsteen, hablaban de todos nosotros y por eso su pérdida es irreparable, porque en este mundo, aterrador y falto de valores, es imposible que se repita una figura como la de Quini, alguien capaz de ser el mejor futbolista y la persona más cercana, y por eso hoy le lloramos tantos.
Marcha d'Antón el neñu
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