La invité a sentarse. Llevaba una de
esas cazadoras de las que tienen forma de chaqueta de motero pero son
de un color mostaza terrible y que tanto habían dado que hablar en
redes sociales hacía unos años. Mientras fumaba un cigarrillo de
liar repleto de un tabaco cuyo envoltorio venía en unos tonos ocres
verdosos y amarronados, como si por intentar reproducir una imagen de
naturaleza no fuera a comerse sus pulmones, cruzó las piernas, muy
lentamente, y advertí que... llevaba unos pantalones ceñidos (skinny
creo que los llaman) que dejaban entrever que sus gemelos estaban
pagando el precio de horas de sesiones de gimnasio mal planificadas;
también me di cuenta de que esos vaqueros dejaban sus tobillos al
aire y ella no llevaba calcetines pese a que en la calle hacía un
frío de cojones. Sin duda me encontraba ante una mujer fatal... fatalmente vestida.
La animé a que me
contara qué la había llevado a pretender contratar mis servicios.
Apagó su cigarro mientras expulsaba el último hálito nicotinizado
por un lateral de su boca, provocando una expresión que le hacía
parecer Popeye, el marino.
La
historia no era nada original, ella había vuelto de su trabajo como
community manager (¿?)
y su novio no estaba en casa pese a que ese día salía antes del
trabajo, faltaba dinero y parte de su ropa, no había dejado ninguna
nota, no respondía al móvil y nadie sabía de él; una vecina
fisgona lo había visto abandonar el portal tranquilamente con su
mochila al hombro y el dueño del colmado de la esquina asegura que,
más o menos cinco minutos después, había entrado a su tienda a
comprar una botella de vino, otra de whisky y tres cajetillas de
tabaco, este dato le chocó mucho a mi posible clienta pues, según ella, su
pareja «fumaba y bebía con moderación».
Estaba pensando en
decirle que no tirara su tiempo y su dinero, que el tipo se
seguramente se había ido con alguna pelandusca o simplemente iba a
pasar una temporadita de fiesta, así que lo mejor para ella era
continuar con su vida y él ya volvería cuando se le pasara el
colocón o si lo de la otra mujer no iba en serio; entonces me di
cuenta de que llevaba semanas sin un cliente y que con el adelanto
que iba a pedir podría irme a tomar unas copas esa noche y cenarme
unos buenos tacos al pastor en el bar del tipo aquel que huyó de
México por haberse hecho un trío con las hijas de un capo del
cártel de Sinaloa, así que acepté.
Dos días después
volvimos a vernos en mi despacho, llevaba la misma cazadora hortera,
pero esta vez la conjugaba con un pantalón de chándal casi igual
que uno que me había comprado mi madre hacía décadas, cuando yo
estaba en quinto de EGB. Me puse dos dedos de güisqui en un vaso y
le pregunté si quería tomar algo.
-¿Tiene agua de
sabores?
-Tenía una
Cruzcampo -respondí-, pero creo que se la di a un cliente haciéndola
pasar por cerveza.
Ella me miró,
confundida, y con un gesto me dio a entender que ya no quería nada.
-¿Podemos ir al
grano, por favor?
Me senté y encendí
un cigarro, di una larga calada y comencé a hablar:
-Mire,
mis pesquisas me han llevado a deducir que su novio no se ha ido con
ninguna otra mujer, se ha ido él solo y de motu proprio.
-¿Y cómo ha
llegado a esa conclusión?
-Verá, mi primera
medida fue intentar reconstruir las últimas horas de su novio antes
de desaparecer. El hombre salió de su trabajo a las seis y fue
paseando con un compañero hasta la cervecería de un amigo, donde
entró a tomar una caña. Total, que fui al bar y el amigo de su
novio, el tipo ese del tupé encerado y la barba, uno con diarrea
verbal, que habla como si lo fueran a prohibir -ella asintió,
dándome a entender que sabía de quién hablaba-. Pues ese fulano me
contó que nuestro amigo, el bebedor moderado, se tomó dos pintas
-mirada de reprobación- y se despidió diciéndole que se iba a
pasar por una tienda de discos cercana al bar, a ver si encontraba
algo interesante; yo me dirigí a la tienda y allí hallé la
solución -pequeño silencio para añadir dramatismo-. El dueño
recordaba a su novio, se pasó por allí esa tarde y se llevó un
disco que recomendaban en varios medios digitales, le dijo al dueño
que se iba a casa a ponérselo. Todo esto ocurrió como un par de
horas antes de que usted llegara a casa. A partir de aquí creo saber
qué le ocurrió...
Ella respiró hondo
y se llevó a la boca uno de sus cigarritos liados, yo se lo encendí
y me senté en mi silla, echándome ligeramente hacia atrás.
-¿Conoce usted a
Guttercats? -pregunté, sabedor de la respuesta.
Ella negó con la
cabeza.
-Verá,
Guttercats son una banda francesa, de París. Practican lo que ellos
llaman Heartbreaking rock & roll -cara
de estupefacción-. Se
trata de un tipo de rock
oscuro, con cierto toque lúgubre y melancólico, una producción
muy básica, pero a la vez con dosis de emoción y una letras
tendentes al romanticismo rockero y la decadencia.
-¿Y?
-Que su novio salió
de la tienda de discos con el último CD de Guttercats en una bolsa y
el disco no aparece en la lista de los discos que tiene en casa que
le pedí que me enviara ayer.
-¿Y con eso cree
saber dónde está...?
-No -la
interrumpí-, yo no tengo ni idea de dónde está su novio...
Cogí el mando de
la minicadena y pulsé un botón. «A trip down Memory Lane» comenzó
a sonar mientras ella parecía cada vez más extrañada y furiosa.
-¿Y entonces por
qué coño me ha citado si no tiene ni idea de...?
-No sé dónde está
-la interrumpí-, pero sí creo saber qué pasó con él
-inmediatamente cambié de canción, me levanté de la silla y me
senté en la parte delantera de la mesa, muy cerca de ella.
-Verá,
esta es la canción que da título al álbum, Follow your
instinct. Es tremendamente
profunda e hipnótica y su escucha le produce a uno que se le
remuevan cosas por dentro, por eso creo que su novio escuchó esta
canción e hizo lo que sugiere su título, se fue en busca de un
destino que la vida acomodada que llevaba con usted no iba a
proporcionarle. También es por eso que, tras escuchar esta canción
-me acerqué a ella y bajé mi tono de voz para parecer más
seductor-, me decidí a llamarla.
Mi
cabeza se fue acercando a su cara con una mirada que, yo creía,
recordaba a Humphrey Bogart en la escena del sofá de Tener
y no tener, pero a ella debió
rememorarle Slug, muerte viscosa o
algo así, porque el rictus de asco que puso y la pedazo de hostia
que me soltó (aún hoy, varios años después, tengo episodios de
sordera ocasional) fueron antológicas, a continuación se levantó y
salió de mi oficina en estampida mientras vociferaba todas las
obscenidades que se le ocurrían, referidas a mí, por supuesto.
Nunca más volví a
saber de esa chica ni de lo que ocurrió con su novio fugado, pero su
recuerdo siempre vuelve a mi cabeza cuando pongo ese maravilloso
disco de Guttercats...
Eso sí, la quinta
canción, la que da título el álbum, la escucho esposado a mi
silla. Por si las moscas...
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