viernes, 13 de abril de 2018

INSTINTO BÁSICO



La invité a sentarse. Llevaba una de esas cazadoras de las que tienen forma de chaqueta de motero pero son de un color mostaza terrible y que tanto habían dado que hablar en redes sociales hacía unos años. Mientras fumaba un cigarrillo de liar repleto de un tabaco cuyo envoltorio venía en unos tonos ocres verdosos y amarronados, como si por intentar reproducir una imagen de naturaleza no fuera a comerse sus pulmones, cruzó las piernas, muy lentamente, y advertí que... llevaba unos pantalones ceñidos (skinny creo que los llaman) que dejaban entrever que sus gemelos estaban pagando el precio de horas de sesiones de gimnasio mal planificadas; también me di cuenta de que esos vaqueros dejaban sus tobillos al aire y ella no llevaba calcetines pese a que en la calle hacía un frío de cojones. Sin duda me encontraba ante una mujer fatal... fatalmente vestida.
La animé a que me contara qué la había llevado a pretender contratar mis servicios. Apagó su cigarro mientras expulsaba el último hálito nicotinizado por un lateral de su boca, provocando una expresión que le hacía parecer Popeye, el marino.
La historia no era nada original, ella había vuelto de su trabajo como community manager (¿?) y su novio no estaba en casa pese a que ese día salía antes del trabajo, faltaba dinero y parte de su ropa, no había dejado ninguna nota, no respondía al móvil y nadie sabía de él; una vecina fisgona lo había visto abandonar el portal tranquilamente con su mochila al hombro y el dueño del colmado de la esquina asegura que, más o menos cinco minutos después, había entrado a su tienda a comprar una botella de vino, otra de whisky y tres cajetillas de tabaco, este dato le chocó mucho a mi posible clienta pues, según ella, su pareja «fumaba y bebía con moderación».
Estaba pensando en decirle que no tirara su tiempo y su dinero, que el tipo se seguramente se había ido con alguna pelandusca o simplemente iba a pasar una temporadita de fiesta, así que lo mejor para ella era continuar con su vida y él ya volvería cuando se le pasara el colocón o si lo de la otra mujer no iba en serio; entonces me di cuenta de que llevaba semanas sin un cliente y que con el adelanto que iba a pedir podría irme a tomar unas copas esa noche y cenarme unos buenos tacos al pastor en el bar del tipo aquel que huyó de México por haberse hecho un trío con las hijas de un capo del cártel de Sinaloa, así que acepté.

Dos días después volvimos a vernos en mi despacho, llevaba la misma cazadora hortera, pero esta vez la conjugaba con un pantalón de chándal casi igual que uno que me había comprado mi madre hacía décadas, cuando yo estaba en quinto de EGB. Me puse dos dedos de güisqui en un vaso y le pregunté si quería tomar algo.
-¿Tiene agua de sabores?
-Tenía una Cruzcampo -respondí-, pero creo que se la di a un cliente haciéndola pasar por cerveza.
Ella me miró, confundida, y con un gesto me dio a entender que ya no quería nada.
-¿Podemos ir al grano, por favor?
Me senté y encendí un cigarro, di una larga calada y comencé a hablar:
-Mire, mis pesquisas me han llevado a deducir que su novio no se ha ido con ninguna otra mujer, se ha ido él solo y de motu proprio.
-¿Y cómo ha llegado a esa conclusión?
-Verá, mi primera medida fue intentar reconstruir las últimas horas de su novio antes de desaparecer. El hombre salió de su trabajo a las seis y fue paseando con un compañero hasta la cervecería de un amigo, donde entró a tomar una caña. Total, que fui al bar y el amigo de su novio, el tipo ese del tupé encerado y la barba, uno con diarrea verbal, que habla como si lo fueran a prohibir -ella asintió, dándome a entender que sabía de quién hablaba-. Pues ese fulano me contó que nuestro amigo, el bebedor moderado, se tomó dos pintas -mirada de reprobación- y se despidió diciéndole que se iba a pasar por una tienda de discos cercana al bar, a ver si encontraba algo interesante; yo me dirigí a la tienda y allí hallé la solución -pequeño silencio para añadir dramatismo-. El dueño recordaba a su novio, se pasó por allí esa tarde y se llevó un disco que recomendaban en varios medios digitales, le dijo al dueño que se iba a casa a ponérselo. Todo esto ocurrió como un par de horas antes de que usted llegara a casa. A partir de aquí creo saber qué le ocurrió...
Ella respiró hondo y se llevó a la boca uno de sus cigarritos liados, yo se lo encendí y me senté en mi silla, echándome ligeramente hacia atrás.
-¿Conoce usted a Guttercats? -pregunté, sabedor de la respuesta.
Ella negó con la cabeza.
-Verá, Guttercats son una banda francesa, de París. Practican lo que ellos llaman Heartbreaking rock & roll -cara de estupefacción-. Se trata de un tipo de rock oscuro, con cierto toque lúgubre y melancólico, una producción muy básica, pero a la vez con dosis de emoción y una letras tendentes al romanticismo rockero y la decadencia.
-¿Y?
-Que su novio salió de la tienda de discos con el último CD de Guttercats en una bolsa y el disco no aparece en la lista de los discos que tiene en casa que le pedí que me enviara ayer.
-¿Y con eso cree saber dónde está...?
-No -la interrumpí-, yo no tengo ni idea de dónde está su novio...
Cogí el mando de la minicadena y pulsé un botón. «A trip down Memory Lane» comenzó a sonar mientras ella parecía cada vez más extrañada y furiosa.
-¿Y entonces por qué coño me ha citado si no tiene ni idea de...?
-No sé dónde está -la interrumpí-, pero sí creo saber qué pasó con él -inmediatamente cambié de canción, me levanté de la silla y me senté en la parte delantera de la mesa, muy cerca de ella.
-Verá, esta es la canción que da título al álbum, Follow your instinct. Es tremendamente profunda e hipnótica y su escucha le produce a uno que se le remuevan cosas por dentro, por eso creo que su novio escuchó esta canción e hizo lo que sugiere su título, se fue en busca de un destino que la vida acomodada que llevaba con usted no iba a proporcionarle. También es por eso que, tras escuchar esta canción -me acerqué a ella y bajé mi tono de voz para parecer más seductor-, me decidí a llamarla.
Mi cabeza se fue acercando a su cara con una mirada que, yo creía, recordaba a Humphrey Bogart en la escena del sofá de Tener y no tener, pero a ella debió rememorarle Slug, muerte viscosa o algo así, porque el rictus de asco que puso y la pedazo de hostia que me soltó (aún hoy, varios años después, tengo episodios de sordera ocasional) fueron antológicas, a continuación se levantó y salió de mi oficina en estampida mientras vociferaba todas las obscenidades que se le ocurrían, referidas a mí, por supuesto.

Nunca más volví a saber de esa chica ni de lo que ocurrió con su novio fugado, pero su recuerdo siempre vuelve a mi cabeza cuando pongo ese maravilloso disco de Guttercats...
Eso sí, la quinta canción, la que da título el álbum, la escucho esposado a mi silla. Por si las moscas...


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