miércoles, 10 de junio de 2015
SI LO CONSTRUYES, ÉL VENDRÁ
Todo hubiera sido más nítido si mi corazón no hubiera latido a un tempo parecido al de la batería de John Bonham cuando Led Zeppelin tocaban "Rock N' Roll" a partir de que el Lugo marcara un gol y se convirtiera en mi segundo equipo para lo que me resta de vida. Entonces un jugador del Girona con nombre de empresa cosmética, creo que era Lejeune, cabecea un balón que alcanza el fondo de la portería lucense. Mi vista parece nublarse y mis rodillas ceden ante una inmaterial carga de un tonelaje arrollador, pero es cuestión de segundos, el dueño del bar, mi amigo Manuel, grita: "¡No, no, no, no!". Levanto la cabeza y le veo con la mano levantada como si él hubiera señalado el off-side mientras depositaba la otra mano en el hombro de un hombre de avanzada edad que se tocaba el pecho como si su aparato coronario quisiera decirle que ya estaba bien, igual que un vecino furioso protesta por el volumen de la música. Giro la vista y los jugadores del Girona se echan las manos a la cabeza y protestan. Después vendría la brutal agresión al juez de línea y el final del partido (o eso creía yo).
Lo que ocurrió cuando yo pensaba que el partido había acabado y el Sporting ya estaba en primera lo tengo como en una nebulosa, creo que los primeros segundos me quedé parado intentando asimilarlo, después llegó la emoción y, acto seguido, salí pitando del bar y cogí el teléfono para compartir aquel hito con aquellos de los que me acordaba en ese momento. Llamé a Vicky, a mi padre, a Ivo, a Juaco, me abracé con Chi y, cuando no sabía que más hacer y me vi en el centro de la Ruta de los vinos absolutamente estupefacto y superado por las circunstancias, algo ocurrió, me encontré a mí mismo meses atrás en el mismo bar donde acababa de presenciar una gesta sin igual, recuerdo estar fumando fuera con la mirada fijamente puesta en la televisión donde Nacho Cases metía un balón en profundidad sobre la carrera de Jony, el cangués lanzaba un centro medido sobre el segundo palo donde Juan Muñiz remataba a gol y daba los tres puntos al Sporting en su debut liguero frente al Numancia. Eso fue lo que yo vi, pero el principio de todo estaba un poquito más atrás en el tiempo.
Todo había comenzado unos meses antes cuando, ante la falta de dinero y la sanción de la LFP con no poder incorporar futbolistas nuevos, el Sporting tuvo que acometer un arriesgado proyecto basado en el que, en realidad, es el valor más sólido que la entidad rojiblanca tiene, ha tenido y tendrá: la cantera. Abelardo, elegido para continuar al frente del equipo, aunque con la oposición de esa alimaña venenosa que dice ser director general y cuyo único mérito es haber engordado su patrimonio personal a la misma medida que su barriga mientras provocaba un colapso económico en el Sporting, se vería obligado a hacer ejercicios de equilibrismo con una plantilla corta en la que se tendría que incluir a varios jugadores del filial. Todos esos chicos tenían una calidad innegable, eso es cierto, pero iban a ver sacrificada la lógica evolución que debe tener un futbolista para aprender a marchas forzadas el oficio de profesional, como si de un muchacho que ha de dejar los estudios y se pone a trabajar para ayudar económicamente en casa se tratara.
He decidido titular esta entrada de mi blog con la famosa frase de la película "Campo De Sueños" porque la historia del Sporting de esta temporada ha sido digna de protagonizar una de esas historias de superación y susupense con final feliz que tanto gustaban en las producciones yanquis de los ochenta. El "Pitu", al igual que Kevin Costner en el film de Phil Alden Robinson, se adentró en una moderna cruzada cuyo leit motiv principal fue la fe, pero no la fe en algo intangible, sino la fe en uno mismo y los que le rodean, y así, apoyándose en unos principios sólidos que sirvieron de apoyo en los momentos difíciles, el Sporting se sobrepuso a todas las vicisitudes, ya fueran los impagos a la plantilla, las nefastas actuaciones arbitrales, que algún jugador tuviera que emplearse fuera de su puesto natural, las lesiones, la traición de Dani Ndi o la falta de gol, a este grupo le ha ocurrido de todo y nada ha podido tumbarles.
Mi estado de ensoñación terminó y me vi otra vez en El Calecho, con mi guardia pretoriana respaldándome y brindando por el ascenso tras jugarse aquellos demenciales y, por suerte, intrascendentes cuarenta segundos. Ahí, en ese mismo momento, con tanta felicidad y tanto amor rodeándome, tuve la imagen de Abelardo como un moderno Ray Kinsella contemplando cómo lo que hace meses había sido un maizal, ahora era un lugar donde sus sueños y los de quienes los compartimos se habían hecho realidad.
GRACIAS A TODOS.
Himno del Real Sporting de Gijón
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