jueves, 28 de enero de 2016

BARREDOS YA NO TE ESPERA



Todo padre deja un legado a su hijo y no tiene por qué ser material, a mí mi padre, por encima de cuestiones educacionales y afectivas, me transmitió dos filiaciones, la primera fue el fútbol y más concretamente el Sporting, la otra fue la inquietud política, la cual me fue contagiada casi por casualidad. Resulta que mi madre solía tomarse los sábados por la tarde como periodo de asueto para quedar con sus amigas o familiares y mi padre y yo nos teníamos que buscar la vida, así pasábamos las tardes sabatinas entre ver las películas que echaban a las cuatro, ya fueran westerns, de Tarzán o de Fu Manchú, ir a ver al Ceares cuando no era un hype y no molabas más por acudir a La Cruz, ir al Molinón si tocaba o simplemente salir a pasear, pero había otra actividad que realizamos cuando llegaba su época, una ocupación que algunos encontrarían poco propicia para un menor pero que sin duda formó parte de mi evolución como persona, asistir a mítines.

Mi padre nunca ha sido una persona políticamente activa en cuanto a estar afiliado a partido alguno pero siempre ha mantenido un ideario y unas convicciones que ha alimentado acudiendo a ver a aquellos políticos que le suscitasen interés y así, en una época en la que la mayoría de mítines solían caer de sábado, pues las campañas electorales eran más laxas y menos vertiginosas que en la actualidad y además Asturias era piso franco de la izquierda y un lugar ideal para hacer demostraciones de poder de convocatoria, mi padre, mi tío abuelo Juaco y yo nos presentábamos en el pabellón correspondiente para escuchar las arengas de quien tocara, así entré en contacto con los discursos de Pedro de Silva, Nicolás Redondo, Santiago Carrillo, Alfonso Guerra, Julio Anguita o Gerardo Iglesias, pero hubo uno que recuerdo especialmente y que constituye el eje central de esta historia.

Corría el año 1995 y yo afrontaba mis primeras elecciones con derecho al voto, unas autonómicas asturianas, mi padre insistió en ir al mitin de un PSOE que afrontaba un imparable declive por méritos propios, y allí acudiría el todavía presidente del gobierno Felipe González, una figura que a mí se me antojaba anacrónica y amortizada pero que todavía poseía  un cierto aura de carisma entre la generación de mi padre, igual que una diva de Hollywood envejecida sigue resultando hermosa a los que contemplaron con ojos adolescentes las películas de sus días de gloria. Mi tío Juaco, cuya salud comenzaba a empeorar, decidió no ir, no solo por motivos físicos, también porque, como buen comunista (de esos de los que ahora se dice que comen niños y no sé qué hostias más), ir a ver al PSOE no le volvía loco precisamente, allí mi padre saludó a unos hombres que al parecer conocía porque eran de una localidad cercana a nuestro pueblo. El mitin se inició con las intervenciones del por entonces alcalde de Gijón, Vicente Álvarez Areces (sin comentarios) y el presidente del Principado y posteriormente delegado del gobierno Antonio Trevín (sin comentarios II). Tras ellos apareció el protagonista de la noche, el plato principal, y los tipos a los que mi padre había saludado anteriormente, enfervorecidos, levantaron una gran pancarta en la que se leía «Felipe, vuelve a Barredos»...

Barredos es una pequeña comuna urbana del concejo de Laviana, situada más concretamente en la parroquia de Tiraña, construida en los alrededores del pozo Carrio, uno de los pocos pozos mineros que quedan abiertos en Asturias, la historia de su relación con Felipe González viene de los últimos tiempos del régimen del genocida Franco, cuando un Felipe conocido como «Isidoro» por el tema de la clandestinidad, junto a su por entonces inseparable Alfonso Guerra, de pseudónimo «Andrés» se dejaron caer por esta pequeña población,que constituía un epicentro de la organización política de la cuenca del Nalón, incluso una radio clandestina consiguió emitir desde la zona por un tiempo, pues allí pasaron un tiempo de asambleas y difusión de ideario Felipe y Alfonso juntoa los que por entonces eran sus compañeros asturianos.

Lo que pasó luego con «Isidoro» es de dominio público, como líder del PSOE llevó al partido a la integración en el sistema «democrático» y en 1982 llegó a la presidencia del Gobierno español, a partir de ahí llegó la entrada en la OTAN, en la Comunidad Europea, la «reconversión» industrial, el GAL, el caso FILESA, Luis Roldán, la derrota ante el PP y una posterior caída hacia la megalomanía que le llevó primero a comportarse como un Nerón que lideró su partido a golpe de fuego y boutades y después a convertirse en un plutócrata rodeado de oropel y lujo que desde un sillón de consejero de una compañía mutlimillonaria se cree capaz de dictar qué es democracia y cuáles han de ser los pasos a tomar en la política española, curiosamente los que aseguran la supervivencia de un sistema que beneficia a los poderosos como él y los que le financian mientras orilla en la precariedad al pueblo llano, además carga contra todos los que han conseguido ilusionar tanto a las generaciones actuales como a buena parte de la gente a la que él defraudó miserablemente.

Aquel día de 1995 Felipe González Márquez, al final de su discurso, señaló aquella pancarta que aludía a su regreso a Laviana y dijo que él sí iba a volver a Barredos, que no olvidaba sus orígenes y tal y cual, la mayoría de la audiencia enloqueció y rompió a aplaudir entusiasmadamente, a mí me sonó tan convincente como cuando los domingos me juraba que no iba a volver a beber... y al final tuve razón, y bien que lo siento, no por él sino por mi padre y sus coetáneos, por los que le hicieron presidente y le tomaron como referente para que él, quien sabe si tenía esta idea desde el principio o se fue degradando paulatinamente, los apuñaló convirtiéndose en un moderno Onofre Bouvilla.

Felipe, sé que aunque la noticia llegara a tu palacio de cristal te daría igual, pero Barredos ya no te espera...


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