miércoles, 4 de mayo de 2016

FOX ON THE RUN



El Leicester City ha ganado la Premier League, supongo que  todo el mundo lo sabe. Muchos son los que han aplaudido este logro, calificándolo de «cuento de hadas», «rebelión de un modesto» o «la mayor gesta de la historia del fútbol». Pudiendo ser ciertas todas estas apreciaciones a mí me gustaría tratar más el tema de por qué los Foxes han ganado su liga y el impacto de esta victoria.

Una de las primeras claves es, obviamente, la tristísima temporada que han jugado todos los equipos denominados grandes. Los millones provenientes de los magnates rusos y americanos, los petrodólares, etc. están atrayendo a grandes futbolistas a Inglaterra, es cierto, pero también están contribuyendo a la desnaturalización de un fútbol en el que siempre había primado la consecución del torneo local por encima de las competiciones europeas (ya fuera por la peculiar relación de las islas con la Europa continental o por prestigiar la regularidad semanal en vez de las eliminatorias, sometidas muchas veces a matices y azares) y han convertido en muchos casos a las plantillas de estos clubes en torres de Babel en las que los egos y el afán pecuniario arrasan con la identificación y las ilusiones de los ingleses.

Igual que el punk barrió en Inglaterra y Estados Unidos una variedad de rock que se había convertido en ampuloso, pagado de sí mismo y un tanto plano, el Leicester City pateó el culo de todos estos equipos supuestamente grandes de forma tremendamente atractiva para el espectador. A saber, un grupo de desheredados con un escaso bagaje en el fútbol de élite encabezados por un delantero centro que no hace mucho sólo era un joven pendenciero que jugaba en Quinta División mientras se ganaba la vida como operario en una fábrica; a su lado un muchacho franco-argelino al que nadie había dado una oportunidad en su país para jugar en la máxima categoría, un alfeñique con una zurda de terciopelo que sacaba a pasear en contadas ocasiones, un jugador contracultural en Inglaterra debido a su poco énfasis defensivo y su actitud a veces indolente y que ha acabado siendo el mejor futbolista de esta edición de la Premier; sumadles a un portero al que le había costado horrores encontrar su sitio en el fútbol inglés, quizá coartado por el peso de su apellido, el de uno de los mejores guardametas que se recuerda, un central alemán que iba para estrella y se había quedado en muy poco y un grupo de jugadores que querían demostrar que tenían nivel para estar en la Premier League. Por si esta mezcla no fuese bastante habría que aderezarla con un entrenador italiano en horas bajas. Ya tenemos todos los ingredientes para una historia de superación con tintes hollywoodienses.

Ranieri ha sido clave en esta victoria esencialmente por dos razones, la primera es la táctica, en una liga con un nivel sistemático bastante pobre en la que los equipos se parten con facilidad y los partidos se convierten en correcalles con bastante asiduidad, el Leicester ha resultado tan contracultural como su estrella Mahrez pero por distintos motivos, el cuadro del entrenador romano ha hecho gala de una solidez pasmosa basada siempre en un rigor defensivo innegociable, un equipo férreo que debía jugar siempre muy junto para no dejar espacios, el objetivo era no encajar para ganar los partidos por medio de las ensoñaciones de Mahrez con el balón y la contundencia de un Vardy reencarnado en el «Piojo» López de la era valencianista de Ranieri, aparte de una más que notable solvencia en las jugadas a balón parado.
El otro gran éxito de Claudio ha sido su gestión del grupo a nivel humano, hechos como el de invitar a sus chicos a pizza cuando dejaban la portería a cero, dejarles beber cerveza en el autobús cuando Vardy superó el récord de Van Nistelrooy o interceder ante el propietario del club para que les cediera a los futbolistas su avión privado para irse de fiesta a Copenhague disfrazados de superhéroes, contribuyeron a unir aún más a un vestuario que aprendió a convivir con la presión en un ambiente distendido y apacible. Esta configuración astral junto al hecho, no lo olvidemos, de que varios futbolistas han rendido por encima de su nivel real fue suficiente para que el Leicester se convirtiera en campeón anteayer tras el empate del Tottenham en Stamford Bridge.

El impacto del título logrado por los «Foxes» y la simpatía, la ilusión y el cariño que han despertado por todo el orbe sirve para refrendar los valores de aquellos que pensamos que otro fútbol es posible, que por encima de balones de oro, cifras de goles, traspasos millonarios, magnates, jeques, constructores auspiciados por poderes fácticos y demás, están los valores sencillos, el trabajo, la humildad, el compañerismo y la ilusión de ir a un estadio a ver a un equipo que verdaderamente representa lo que tú eres. Por eso, muchos guardaremos el recuerdo del Leicester de la 2015-2016 junto a hitos como la liga y copa de Europa conquistadas por el Nottingham Forest del inmortal Brian Clough, el título del Hellas Verona en 1984, la Camerún de Italia 90, el retrato de aquel entrenador que se jugó el bigote (nunca mejor dicho) contra molinos que aparentaban ser gigantes pero que aquel moderno Quijote consiguió derrotar o los niños que tuvieron que crecer a marchas forzadas para ascender a primera, salvando a su club del abismo al que lo habían empujado sus dirigentes, mezquinos, corruptos y mediocres.

Por haberle enseñado todo eso al mundo, gracias, Leicester City.

Queen - We Are The Champions


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