miércoles, 11 de junio de 2014

AMAR EN TIEMPOS REVUELTOS

"¿Te das cuenta, Benjamín?. El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín. No puede cambiar de pasión".

Esta disertación perteneciente a la película argentina “El secreto de sus ojos” me viene de perillas para introducir mi reflexión de hoy.


Hace tiempo un amigo me comentó que si a él alguien le hubiera dado la opción de elegir que le gustara o no el fútbol posiblemente optaría por no ser aficionado al deporte rey, ya que de esta forma se ahorraría muchos disgustos, nervios y decepciones. Yo también he comentado cosas parecidas preguntando por qué me gustaría el fútbol en vez de el ajedrez, el curling o cualquier otra estupidez semejante y así ganaría en salud mental y equilibrio, realmente nunca lo digo en serio.
La verdad es que me parecería un auténtico timo el poder elegir las cosas que te emocionan en la vida, ya que gran parte de lo que realmente hace que este camino merezca la pena es el recorrerlo descubriendo cosas, lugares o personas que se hagan un espacio en esa parte del cerebro a la que llamamos alma, acertar y ser feliz o atravesar malos momentos que te servirán para aprender y ponerte a prueba. El eliminar la incertidumbre de tu vida y saber qué música vas a escuchar, tus aficiones, cómo te irá en tus relaciones personales nos convierte en meros autómatas destinados a la producción mediante el trabajo y una vida rutinaria y carente de emoción.
Yo no sabía lo que me depararía el destino cuando siendo un niño comencé a asumir el fervor sportinguista que mi padre intentaba transmitirme. No imaginaba las lágrimas, unas de alegría y otras de frustración, que derramaría. No tenía ni idea de las victorias, los empates, las derrotas, la UEFA, la promoción, el descenso, el ascenso, los viajes, los madrugones, las noches sin dormir echando cuentas, la ilusión y la decepción, de la mediocridad y la brillantez que desfilarían ante mis ojos, de la gloria y la miseria que saborearía.
Por eso y por mucho más, en el día de hoy, que me debato entre una ilusión infantil y el más irracional de los miedos, puedo decir que sólo por todas esas sensaciones que he atravesado a lo largo de todos estos años si esa barbaridad de dejarte elegir tus gustos existiera jamás me arrepentiría de la opción que tomó aquel niño al que su padre llevaba todos los fines de semana con una camiseta rojiblanca a ver al Sporting en su estadio y ondeaba su banderín con el brillo de la ilusión en los ojos.

¡¡¡PUXA SPORTING!!!

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