Un hedonista se mide por las veces que cae.
Cae porque se la juega. Porque morder la lona forma parte del juego.
Y el hedonista está aquí para jugar. Hasta el final.
Y pide otra carta y dobla la apuesta. Y paga otra ronda. Otra pregunta. Otra mentira, otra disculpa y otra cuenta pendiente porque, maldita sea, a la vida hay que follársela sin compasión.
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