El concierto de los Stones ocupó el espacio de ayer, pero no sería decente ni justo pasar por alto el hecho de que ayer Eli Wallach y Ana María Matute se despidieron de la vida.
A simple vista, la escritora barcelonesa y el actor de Brooklyn no tendrían demasiado en común, a saber, Ana Mª Matute, aparte de ser una escritora realmente talentosa, desprendía un halo de ternura como el de esas abuelas de toda la vida que destilaban cariño y dulzura. Además, Matute supo enfrentarse a las situaciones peliagudas de la vida igual que lo hizo en su obra, sin ceder a la amargura y el tremendismo en su actitud ni en sus narraciones, nunca eludió contar o vivir desgracias pero lo hizo de manera mitigadora, casi hermosa, y ése era uno de los puntos fuertes de su literatura, el perfume a normalidad que impregnaba sus obras dentro de la fantasía y que cada una de sus líneas encajaba perfectamente en las arrugas de su rostro por la gran serenidad de ambos.
Eli Wallach, por su parte, creció en un Brooklyn multiétnico donde la violencia y las penurias económicas estaban al orden del día, como el lugar de crecimiento de una persona le marca de forma definitoria en su vida, Eli, tras saltar a la notoriedad en películas como "Baby Doll", "Vidas al límite" o "Los siete magníficos", encuentra la horma de su zapato en el papel de Tuco en "El bueno, el feo y el malo", comenzando así una fértil carrera en lo que se ha dado en llamar "Spaghetti-western", esas violentas películas de vaqueros que huían del prototipo hollywoodiense de vaquero fornido, apuesto e íntegro para mostrarnos personajes sucios, que fumaban y escupían y donde el ánimo de lucro personal y las crueldades aniquilaban todo atisbo de integridad, la trilogía del dólar y los filmes del Django pre-Tarantino son buenos ejemplos de estas características. Eli configuró así una figura tremendamente contradictoria, iba sucio y harapiento en sus filmes pero ese dirty look le confería una aureola muy cool y le dotaba de cierta apostura. Conforme pasaron los años, Wallach fue dejando el cine del oeste para actuar en películas variadas que le ayudaron a consolidar una carrera cuyo reconocimiento máximo llegó en 2.010 con el Oscar honorífico.
Lo que unía a personas a primera vista tan antitéticas, aparte de su innegable talento, es el hecho de que su obra, partiendo de la ficción, nos resultara tan verosímil y nos ayudara a conocerles a niveles superiores, de haber acuñado una actitud antes de que tener actitud se pusiera de moda, de ser hermosos, cada uno a su manera, y de haberse introducido en el imaginario emocional de gran cantidad de gente que aún hoy llora su pérdida.
Que la tierra les sea leve a ambos.
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