lunes, 27 de octubre de 2014

UN AÑO SIN LOU



Era un día como una película de Oliver Stone, un domingo cualquiera, salía de ver al Sporting claudicar ante Las Palmas en El Molinón, maldiciendo al personaje que ocupaba el banquillo de mi equipo, un cocinero con muchísima pluma y poquísimas aptitudes, fui a dar una vuelta con mi chica para distraerme un poco y templar los ánimos y en el camino de vuelta a casa surgió lo inesperado, puse un momento la radio de mi móvil para escuchar otros partidos y evadirme, dedican un momento a las noticias generales y al final del mini-boletín las palabras de la presentadora me golpean como una bola de demolición, Lou Reed había muerto en Nueva York. Estupefacción, asombro, perplejidad, me quedé paralizado en medio de la calle, sí, su estado de salud llevaba mucho tiempo sin ser bueno, pero hablábamos de un tipo que había sobrevivido a sobredosis y síndromes de abstinencia, que había esquivado el SIDA cuando tenía todas las papeletas para haberlo cogido, a alguien que siempre había estado allí y siempre, al menos era mi ingenua suposición, siempre estaría.
Busqué en las emisoras musicales y me encontré con que Radio 3 ya se había hecho eco de la noticia y estaban improvisando un pequeño homenaje, en ese momento comenzó a sonar "Satellite Of Love" y algo se desató dentro de mí, tuve que sentarme en las escaleras de una plazoleta y me asaltaron los recuerdos de una vieja cinta virgen Philips blanca y azul desvirgada por "Transformer" y "The River" de Springsteen, de leer apasionadamente la historia de Jim y Caroline en "Berlin" en las letras del disco, del fabuloso vídeo de "Dirty Boulevard" y el grandioso y para mí místico concierto de Santiago. Juraría que hasta se me humedecieron los ojos.
Yo me sentía muy cercano a Lou Reed sin compartir excesivas cosas con él, quizá solo el amor por las cazadoras de cuero, yo no compartía su aperturismo sexual ni he probado nunca las denominadas drogas duras, disto mucho de ser uno de esos lúgubres y decadentes personajes de los que habla en sus canciones, mi vínculo con Lou venía de mi identificación con su manera de esconder sus flaquezas y debilidades tanto musicales como personales, de mostrarse duro y áspero ante el temor a los demás y sus comportamientos hacia él, que es algo que yo también he utilizado en ocasiones.
En fin, que aquella oscura tarde de domingo el mundo se quedó sin el cantautor de la sordidez, el ángel de cuero al que cantaba Ramoncín, el tipo que escribió "Connie Island Baby", una de las mejores canciones de amor que se hayan hecho nunca, además dedicada a un travesti. Su mujer dice que murió apaciblemente mientras hacía Tai-Chi, quizá el final idóneo para alguien cuya vida fue un auténtico vértigo.
El mundo en su año uno después de Lou Reed sigue siendo básicamente el mismo, un lugar desapacible y corrupto en el que vivir se está convirtiendo en una auténtica peregrinación por el lado más salvaje y oscuro del comportamiento humano, pero al menos sé que hasta el día en que la naturaleza dicte mi final estaré acompañado por las canciones de este genio.
Gracias por todo, Lou.

Lou Reed - This Magic Moment

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